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Caballos del hipódromo de Constantinopla S III IV hoy en Venecia |
El héroe exclusivo de la arena era el auriga. Sin embargo, había otro héroe, aunque éste era un ser irracional: el Caballo.
La gente, apasionada por los caballos, hablaba frecuentemente de ellos, conociendo todas sus virtudes y defectos. Sabían de memoria el nombre de todos sus favoritos.
Los más aptos para la carrera, aquéllos a los que el público seguía con más admiración, eran los funales: los caballos que corrían por el exterior y en especial, el situado más a la derecha, y cuya habilidad y destreza era vital para evitar que la cuadriga volcase al girar y rodear la meta.
A fin de que el espectáculo fuera lo más brillante posible, las facciones buscaban por todo el Imperio los mejores caballos de carreras. A finales del siglo IV, Vegecio clasificaba los caballos según fueran para la guerra, el circo o la montura.
Pese a la buena reputación de los hispanos, éstos eran de vida más corta que otras razas. El Corpus hippiatricorum Graecorum también destaca los caballos de Arcadia, Cirene, Hispania, Capadocia, Tesalia, Mauritania, y Persia.
En esta obra, los caballos hispanos son definidos como duros y rápidos, veloces en el galope pero no aptos para la marcha.
Los caballos hispanos poseían fama de ser los más veloces. A pesar de que eran inferiores a los capadocios, no por ello dejaban de ser unos de los más famosos del Mediterráneo.
Los mejores caballos de carreras se encontraban en Capadocia. Sobre éstos se ejercía un férreo control que impedía que tales animales pudieran ser vendidos.
El poder imperial se apoderaba de los mejores caballos de raza existentes en el momento. Con este monopolio, el emperador se aseguraba del control de un abastecimiento permanente y, con ello, la tranquilidad de una realización de los juegos de primera calidad.
Esto no significa que tales caballos, al pertenecer en exclusiva al soberano, no participaran en los juegos públicos. El emperador es precisamente quien suministraba los mejores ejemplares para los espectáculos del pueblo. Incluso podía cederlos a los magistrados que debían organizar una editio.
Los animales más aptos tenían que destinarse siempre a correr en el circo, para lo cual se estableció una prohibición absoluta de que fueran asignados para una tarea diferente.
Pero así mismo La ley sigue concediendo a los factionarii el permiso habitual para comprar caballos de sangre española. Las facciones tenían la opción de comprar algunos de los caballos mejor considerados de la Antigüedad: los hispanos, que gozaban de un reputado renombre dentro de los que podían ser vendidos.
Se reguló el uso de los nombres de los caballos griegos, para evitar que fueran cambiados y evitar todo tipo de fraude. En ocasiones, los caballos de origen griego (considerados inferiores) se hacían pasar por otros de categoría superior, para conseguir de esta manera una ganancia mayor.
Los caballos de menor prestigio eran objeto de fraude. En efecto, se cambiaba el nombre de su lugar de origen a fin de incrementar su valor en el mercado.
A finales del siglo IV, Vegecio advertía en su tratado veterinario que algunos individuos cometían estafas acerca del lugar de origen de los caballos y de su raza para poder venderlos a un precio mucho mayor.
Los mejores caballos es decir, los poseedores de un mayor número de palmas y de victorias deberán ser asignados siempre a los espectáculos y jamás para ninguna ganancia privada.
Dentro de las cargas municipales de tipo personal, se encontraba el suministrar caballos para los espectáculos circenses. Estos animales estarían destinados a correr en los espectáculos que se organizaban en las provincias. Los caballos necesarios para su desarrollo provendrían, en la mayoría de los casos, de las yeguadas de los ciudadanos locales más acaudalados.
Los mejores ejemplares casi siempre estarían destinados a correr en Roma. Por tanto, en provincias deberían contentarse con los caballos más modestos de la producción local.
Fuentes:
Historia de España, III: España romana, Madrid, 1986.
Ocio y espectáculo en la Antigüedad Tardía Alcalá de Henares, 2001.
G. ALFÖLDY, Historia social de Roma, Madrid, 1987
J. ARCE, “Los caballos de Símmaco”, Faventia, 4, 1982, p. 35-44
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